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Mate

Navego en un océano sideral,
el viento estelar me precede
como un heraldo leal
de murmullo impetuoso.
Nativo de Ofiuco,
mi estela cónyuge
me arrojó a la deriva.

Con vehemencia, mi ser
fluyó hacia el ecuador,
en el debacle del orbe
que era nuestro enlace.
El fulgor etéreo
al son del estruendo
da paso a los nimbos
de zafiro y ceniza.

Mi aliento se fragmenta
hacia el mar de ónix,
con el ocaso de Eros en mi coraza,
retoño espectral en las exequias 
de Han, el arcaico. 

Los ancestros repudian
mi contextura mate,
la tez de espectro cerúleo
bajo el velo granate;
capas caldeadas por polvo térreo
ornamentan mi indumentaria.
Ellos ensalzan a sus herederos,
los cubren en alhajas y laureles
¡Rasalhague, el radiante!
¡Sabik, el magnífico!

Con la investidura colateral, 
los ancianos vociferaron
¡Zeta Ophiuchi, el fugitivo!
Y el estigma se cernió 
en el índigo de mis sienes 
como un halo.

Yacen atávicos y serenos
al norte, el célebre Hércules 
al este las balanzas de Astraea
y, en el oeste, Aquila vigila
el arco interestelar de mi pedestal.

Los vestigios de mi atadura,
un cadáver de hierro
embalado en un sudario,
se incinera hasta la médula
mientras reposa 
colapsado en la inmensidad
de las aguas fúnebres;
en cierta época despertará
como un aniquilador,
hambriento de existencia.
Jesse Casanova

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