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La calamidad floral
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¡Escuchad el rwa-dun!
Dianthe viste
en grana y oro
para la
procesión al palacio,
una
romería arribó a la entronización
de la heredera
de las amazonas.
¡Salve a su majestad!
Los
vítores y bendiciones
se
elevaron al cosmos,
entre el
frenesí del alcohol y la danza,
el reino
floreció.
¡Era un buen sueño en la rivera!
Pero la ambición
del califa Anraí
se
anunció como un huracán,
el otoño
golpeaba las linternas
y la
guerra cabalgaba desbocada en el territorio.
¡La conquista irrumpió en la rosa
de los vientos!
Celebraba
sus proezas en el continente
masacrando
a toda mujer que rechazara su lecho,
esa Flor divina en el lago
sería
suya aunque tuviese que arrancarla.
¡Los tambores del califa han
llegado!
Al paso
de los soles,
con el fuego
perfumando las provincias,
las
féminas preferían el jauhar
a ver su
honor consumido por los invasores.
¡Dianthe enfureció!
Como los
volcanes al despertar,
veintiún
mil amazonas descendieron
como
lava hacia el océano rubí
para dar
caza a esos hombres descarriados.
¡Y su jolgorio calló, cuando
ellas alzaron sus armas!
Las guerreras ataviadas en corazas de argento
blandían con maestría impecable
su armamento ancestral
en ese hostil campo tajado por la putrefacción.
¡Que Guanyin se apiade del
tirano!
Una tras
otra sucumbieron,
el mar
escarlata ascendió
y
comenzó a devorar
los
restos mortales como un dulce.
¡Dianthe rugió!
Como un animal lacerado,
era la única sobreviviente,
su espada estaba bañada en la sangre
de esos humanos corruptos.
¡Anraí
se regodeó!
Tomó en
sus manos
la
corona de las amazonas,
bajo sus
pies tenía finalmente
a la Flor divina.
¡El
califa se proclamó un dios!
Los cielos callaron a la muerte
de la última heredera,
un imperio de horror brotó
bajo el yugo del opresor.
¡Déspota, caerás lejos del
samsara!
El incienso ascendió en espiral,
las prisioneras del lid
clamaban a la Flor
divina
para resarcir su libertad.
¡Los
cielos lloraron sangre!
Y en el muelle del lago
un loto rojo se abrió,
la voz voló por gaia,
hasta el castillo del califa.
¡Mar de
flores, en los cuatro puntos!
Como hojas a merced del viento,
todo aquel pecador caía bajo su frenesí,
agonizaban mientras en sus venas brotaban capullos
que eclosionaban en la exhalación final.
¡Dianthe,
el loto rojo!
Su
simple mención
desvelaba
la cordura del tirano,
que
maldecía la tenacidad
de esa
mujer para persistir
incluso
en la muerte.
¡Escuchad el rwa-dun!
Anraí finalmente cayó
y las amazonas ascendieron,
pero ella vaga por el continente,
le llaman “La
calamidad floral”.
«Su desfile encarnizado,
¿es venganza o justicia?»
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