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Il volo della guerra
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Digamos que sos el heredero,
por ocho años moras en
la paz de Midas
y entonces llueve el
aliento del dragón.
La piel humana se
quiebra en escamas
con el rugido de la
manada materna
en los cielos de aljófar
teñidos en grana.
Del tiempo de los dioses
ancestrales,
te heredaron la condena
de cupido,
el talón de Aquiles para
la tribu Drago.
Vagaste un lustro
debatiendo
la etiqueta y el noblesse
oblige
que dictaba la casa real
paterna.
Negaste tu raíz, negaste
la sangre hirviendo
en la venda adolescente sobre
los ojos
de miel fusionada en la
pupila felina.
Y ahí estaba él,
con su red de tungsteno.
Era el cazador que otro
lustro te robó,
enredándote en supuesto
ágape
y mil blasfemias más.
Caes.
Decidle a ese amor
ingrato,
que la lanza erró el
peto
mas el volcán te acogió.
No hay remembranza
precisa
acerca de esos tiempos
en niebla,
sólo células
consumiéndose.
Vestir la roca disuelta
como
seda ceñida en fino
vestido de bodas,
era el preludio de la
primera voz.
Sí, el rugido de la
tribu Drago surgió
cuando el Vesubio te dio
a luz,
y la estrella del albor
te recogió.
Vuelas asediando al
espectro
y las raíces podridas
que claman
¡noblesse oblige,
noblesse oblige!
No se puede imponer
la encarnación humana a
un ser
hijo de la creación
mística.
Ahora expides la guerra
propia
en un vuelo ermitaño,
que duerme en este
texto.
Con huesos emplumados
que ascienden
a la aurora en la tinta,
sigues la estrella del
albor.
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