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黑蓮花 (Hēi liánhuā) / Loto negro
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Nací en el perihelio del Hale-Bopp,
corría la primera estación anual
tres abriles antes del segundo milenio.
Los Bealtaine se regocijaban
en su nido costanero,
una heredera superó el umbral.
Sólo la
matriarca desconocía
la descendencia imprevista,
de aquel vástago menor que se fugó
por pavor a represalias de ella.
Era un pequeño bulto,
frágil como los pergaminos de papiro.
Once años
yendo al sanatorio
por complicaciones de prematuros,
una condena en los pulmones,
una visión con tres distorsiones
y ser candidato
a la maldición de la progenitora
en la sangre.
Padre rehízo
su camino
lejos del litoral y de mí,
renunció a la custodia,
con otra mujer que nunca me embelesará.
Madre marchó al leteo en mi primera década,
tengo cinco hermanos
de estos dos,
mas ninguno es un entero.
A lo largo de
la traslación de Chronos,
la líder vio florecer más nietos,
pero siempre cargaré con el título
de ser la primogénita en la nueva progenie.
¿Por qué demanda tan arduamente que
yo sea el arquetipo en todo?
Me refugié en
el temple
del arco y la flecha,
el legado de Artemisa,
la Diana de los romanos.
Para la matriarca,
yo sólo aprendí
a esgrimir un arma añeja.
Conocí a Heinrich
en la nevada número quince,
era febrero del dos mil doce,
año del armagedón
según la interpretación
del calendario maya.
Sólo bastaron ocho semanas
para iniciar el idilio de un sexenio.
Renuncié a mi
cultivo,
renuncié a las cuatro mil reglas del muro familiar,
marché al romance en pos del albedrío
que aquel joven prometió.
Nunca vi que firmé mi sentencia.
La
controversia saltaba al menú cotidiano
por la mínima coincidencia,
para yaya, me volví una flor de tinta
en su preciado vergel.
Ninguna medalla o diploma
cambió su juicio de acero.
¿Dónde está la doncella
del muelle de carrizos?
Era el cuestionamiento perpetuo
entre la estirpe
que se quebraba la cordura en busca
del fallo en su crianza.
En el abril
de la segunda década,
Heinrich
se volvió un espectro,
y
nunca avisté las señales.
La
muerte del patriarca,
acontecida
sin
proclamarse en la canícula anterior,
todavía
ofuscaba mi razonamiento.
Terminar nuestro vínculo se
volvió
una sinfonía de desdicha
y mi entrada a la inquisición,
sólo era un atisbo de mi declive violento
en el mar de la melancolía
donde permanecen las almas desmembradas.
Yaya me atosigó con el látigo de
su lengua
cuando yo aún asumía la pérdida de un producto.
Nunca hablaré con los decanos del clan
acerca de las horas llenas de tinieblas,
o de los traumatismos invisibles
al ojo mortal
en el núcleo vacío.
El resquemor se clavó en mi
respiración
y la catatonía me devoraba,
mientras Heinrich ya tenía mi relevo.
Si morí una vez con mi madre,
esto enterró mi cuerpo en un luto perenne.
Me volví un loto negro.
Ninguna saeta se liberó en mis
manos,
el llanto se zabulló en los meses.
¿Quién tiene tiempo para auscultar
el tormento ajeno sin prejuicios?
Ninguna voz alcanzó la sima donde
dormía,
la extraña en el espejo siempre viste de ébano.
Alguien dijo alguna vez
que nacer bajo un cometa
era un distinguido augurio,
¿Guanyín oirá las súplicas
de este loto errante?
Vago en busca de mi sol nocturno.
Aún habito en los lindes del clan,
duermo con la luna de oro,
como los murciélagos en la caverna.
Aún cargo los estigmas
grabados con hierro del tártaro
en la armadura de mi esencia.
Tres ciclos en el cosmos
me ha tomado fundir los grilletes
en un arma que hizo simbiosis
en el vacío de mi núcleo,
ellos ahora se santiguan
ante este cadáver indómito.
El resentimiento no articulado es
tinta
bajo la péndola de mi mano.
Que las deidades den larga vida
a la mujer que me mostró
la vereda de la poesía
para la catarsis del espíritu.
La parte más compleja del
kintsugi propio
ha sido retomar el cultivo tras el daño
a los tres dantian:
una matriz muerta en el inferior,
la carencia de una raíz dorada en el medio,
y el cerebro divergente en el superior.
Quizás, para los Bealtaine
siempre sea la mancha en sus registros.
Quizás,
ya no sea uno de sus nueve orgullos y
al fin, repose del continuo perfeccionismo.
Quizás,
siempre portaré
la indumentaria del loto negro.
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