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El régimen de un virus
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En
cuanto cruzó el umbral,
las
fronteras se desmoronaron,
atacó y
se diseminó como peste.
Este
bicho con complejo de rey
sentencia
a los inermes,
mientras
continua su perversa procesión.
Para los
numerosos caídos,
la fosa
o el horno
se echa
en suerte pecuniaria.
Bajo
esta opresión latente,
el
hálito se fuga
en ojos
de incrédulos.
El
sustento metálico
se evapora
en las manos,
la
ansiedad florece en las entrañas.
Diez
cadáveres apilados
llenarán
el paraje matutino
del
hospital colapsado.
Ay, de
los guerreros
que
visten armadura nívea
bajo
riesgo imprevisible.
El
confinamiento imperativo
corroe
el cuerpo,
devora
lentamente la cordura.
Hay
incautos que desafían la muerte,
como si
un gato,
les fuese a dar una de sus vidas.
Y aquí,
como viajero
en “La
perla del Pacífico”,
el virus se pasea a sus anchas.
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