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La caída de Vasant
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En las manos escabrosas
se rompió la azucena,
afluentes de grana
que salpican las yemas,
escurren al dorso
mientras las hojas llueven.
Vasant, tu torso se quiebra
con el abrazo glaciar
y la voz se marchita
pues nadie oyó
al río que te anegó
aquel equinoccio.
Ahora duermes
entre murmullos de jade
que se estrellan
ante la nada
de la hojarasca ámbar
sobre la tumba inhóspita.
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