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La caída de Vasant
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En las manos escabrosas
se rompió la azucena,
afluentes de grana
que salpican las yemas,
escurren al dorso
mientras las hojas llueven.
Vasant, tu torso se quiebra
con el abrazo glaciar
y la voz se marchita
pues nadie oyó
al río que te anegó
aquel equinoccio.
Ahora duermes
entre murmullos de jade
que se estrellan
ante la nada
de la hojarasca ámbar
sobre la tumba inhóspita.
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Entradas populares de este blog
Munshee
I Cuando el velo de la oscuridad cubre el ultimo haz de ámbar en Agra, me extravío en la tinta que surca mi espíritu. Ya no hay un loree que apacigüe los clamores que desgarran las añejas, añejas cicatrices. Me entrego al folio marfileño, empuño la péndola gastada en reminiscencias de aquellos años que intento ahuyentar. Asento en él, con caladas a la pipa de amargo tabaco turco, vestigios del ser en decadencia agraviado por felonías del yugal. Mientras titila mi diya eres un espectro de tinte abstracto y voluble arraigado bajo la claraboya. 2da parte: https://vastagosdeloceano.blogspot.com/2020/05/munshee_17.html 3era parte: https://vastagosdeloceano.blogspot.com/2020/05/munshee_77.html
Vástagos
Nos dejan en otro nido mientras el cascarón aún permanece intacto, eclosionamos prematuramente y, crecemos bajo otro seno. A veces, florecemos en una maceta, nuestra esencia se deforma como una enredadera. Ellos pretenden arreglarla atándonos en astas que dictan, cortan y moldean cual jardinero, eres ortiga o gardenia eres un cisne o un urutaú. Con el paso de las eras, te arrojan del nido, deambulas aturdido en busca de aquello que te falta. No hay una madreselva que guíe en el sendero, las brújulas y mapas no los reconocen. Las estelas observan impasibles cómo los faroles se extinguen al paso inestable y nómada de los vástagos del cuco. Así bautizan a los polluelos, que crecieron bajo otro plumaje, cuál monte en el parterre anhelando ser una flor. Jesse Casanova
Il volo della guerra
Digamos que sos el heredero, por ocho años moras en la paz de Midas y entonces llueve el aliento del dragón. La piel humana se quiebra en escamas con el rugido de la manada materna en los cielos de aljófar teñidos en grana. Del tiempo de los dioses ancestrales, te heredaron la condena de cupido, el talón de Aquiles para la tribu Drago. Vagaste un lustro debatiendo la etiqueta y el noblesse oblige que dictaba la casa real paterna. Negaste tu raíz, negaste la sangre hirviendo en la venda adolescente sobre los ojos de miel fusionada en la pupila felina. Y ahí estaba él, con su red de tungsteno. Era el cazador que otro lustro te robó, enredándote en supuesto ágape y mil blasfemias más. Caes. Decidle a ese amor ingrato, que la lanza erró el peto mas el volcán te acogió. No hay remembranza precisa acerca de esos tiempos en niebla, sólo células consumiéndose. Vestir la roca disuelta como seda
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